Por Javier Szeinfeld (Jasz Club)

En la unión de la avenida 53 con la calle 9 de la ciudad de La Plata se encuentra un Club de Jazz llamado JASZ. No sé bien si existe desde la fecha de su apertura, el 1 de marzo de 2017, o si ya se había gestado en alguna sobremesa familiar en mi casa. Al menos, sé que por aquel entonces los Szeinfeld, nos aventuramos en una fantasía que poco tiempo tardó en volverse realidad.

Cada cuál aportó sus distintas ideas, por lo general amparadas en la creatividad, y en la imaginación, para poder sembrar una semilla honesta y coherente con nuestra verdadera esencia.

Un bar que es más que un bar. Desde que mi abuela hacía el telón, mis padres los pisos y el escenario, mis tíos las luces, mi hermano Fede, atento a la estética, mi hermana Caro con su aporte incesante y creativo, Ale con su elaboración exquisita de los cócteles - que hoy reinan en las noches de fervor - , la presencia siempre alentadora del mayor, Ger, como un faro en nuestras acciones, y por supuesto nuestro amigo Bruno subiendo el cartel al techo, pintando sillas y refaccionando la cocina.

 

Se iba consolidando el sueño que rumbeó nuestras jornadas laborales hasta altas horas de la madrugada. El bar permanecía cerrado aún, pero en nuestra mente, algún saxofonista desconocido estaba tocando para todas estas personas que saltaban de entusiasmo. 

El bar mantiene un diálogo constante entre fantasía y realidad, se entremezclan día a día. A veces pienso en el encanto generalizado que se tiene por viajar a Europa, el arte allí suele cautivarnos bajo nuestro rol de turistas, como si fuera algo mágico, algo fuera de nuestro alcance, una fantasía inusitada. Nos preguntamos por qué tener que viajar tantos kilómetros, si aquí en nuestra hermosa ciudad, tenemos un deslumbrante nivel cultural, una cantidad y calidad de artistas envidiables, talentos que viajan por el mundo e impresionan a cualquiera que esté en su misma búsqueda. 

En JASZ, desde aquellas madrugadas, construíamos un refugio, un espacio más para que músicos y músicas puedan expresarse, darse a conocer, y poder ser libres. Aquí, prevalece el “ser uno mismo”, esa es una de las armas más seductoras que poseemos como seres humanos, eso es lo que logra alcanzar al corazón de los y las presentes, tocarnos una parte de nuestra esencia. 

 

El Jazz es un género más conceptual que estilístico. A partir de sus estructuras armónicas, que permiten a cada artista poder ser cómplices en las formas, y conversar en el mismo idioma, por más que nunca antes se hayan visto las caras, o sean de distintas partes del mundo, pueden pasar luego a improvisar y regalar un instante fascinante por lo irrepetible.

Allí el vuelo, el despegue hacia destinos inciertos, hacia horizontes impensados, la libertad del alma. Un gran cliente llamado Martín Duca me regaló una vez un vaso de whisky que en el fondo del recipiente conserva la frase: “Ser del salto y no del festín, su epílogo”. Hoy soy capaz de comprender la razón de su obsequio.

Así es como abro el bar al día siguiente y advierto que el escenario se va cargando de una energía especial, la barra impregnada de diálogos que solo ella es testigo, las mesas esperando ser reubicadas para las nuevas reservas de la noche y los ladrillos de las paredes en silencio, esperando una nueva historia que está por venir. 

 

Hoy en día, soy feliz secando copas en la noche mientras sé que el jazz inspiró de algún modo a diversas personas. Soy feliz viendo que el jazz se ha conciliado con otras artes, como el baile de swing que suele aparecer a mitad de la noche, el de algún dibujante que nos regala su pintura espontánea, fotógrafas que han captado momentos con la lucidez de su mirada, ilusionistas que vienen a hacer sus trucos en algún rincón, un poeta narrando en las sombras las vivencias desde su sensible profundidad.

Soy feliz cuando el piano recibe impulsos alocados y las teclas se dejan llevar por seres narradores con ansias por contar. Y más, cuando ese impulso motiva a otres artistas a acompañarlo en esa aventura. De vez en cuando, les intérpretes son las mismas personas que trabajan para el bar, y la gente lo aprecia como si el mismo JASZ estuviera tratando de comunicarles algo.

Tal vez así sea, el bar tiene mucho para contar. Y luego de este breve resumen, también improvisado, espero recibirlos en este pequeño pero gran club para que ustedes mismos presencien el extraordinario espíritu del Jazz, que en lo que a mí respecta no sólo es un género musical, sino también, una filosofía de vida.